Hoy ha muerto Sor Naranjo, un 20 de abril de 2020, uno de esos días que ya estaba llamado a la nostalgia, simplemente por una canción que cumple 30 años, justo los años que hace que yo abandoné el Colegio Sagrada Familia de El Entrego para aventurarme en la vida del Instituto.

Lo primero que me viene a la cabeza al oír su nombre es la tabla periódica. Recuerdo perfectamente el archivador donde tenía guardado el preciado documento que había que estudiarse de memoria. Cada elemento químico con sus símbolos y valencias correspondientes. Cuando llegaba la clase de Naturales, antes de empezar a avanzar ninguna materia, venía la prueba de fuego. Cuatro elementos y a recitar sin fallar porque si no, al día siguiente, más. Ella anotaba los aciertos y los fallos y hasta que cada uno no había sido capaz de acertarlos todos, seguía la rutina de arranque de clase. Lo consiguió, al menos conmigo lo consiguió. Mira que la química no era algo que me llamase, pero aún hoy, una que dedica su vida a las letras, puede aún recitar, si se para a pensar, la retahíla de símbolos y números.

El segundo recuerdo es una canción, y no precisamente de Los Celtas Cortos, nada más y nada menos que una canción de Abba. Creo que si ahora mismo voy a la habitación de mis hijos y cojo la flauta dulce de madera sería capaz de tocar, al menos, el estribillo. Toda mi vida, cada vez que escucho Chiquitita me viene a la cabeza Sor Naranjo y el coro del colegio. Ese coro que ella dirigía con energía y ritmo para que actuáramos en los festivales internos y en los de fuera. La primera vez que pisé el escenario del Teatro de La Laboral fue en un concurso de coros escolares en el que tocamos Chiquitita y Que canten los niños y, si la memoria no me falla, no quedamos en muy mala posición. Su orgullo al oírnos tocar y cantar se reflejaba en su rostro sonriente, el mismo que se tornaba serio cuando no te acordabas de que Hierro era Fe, valencia 2,3.

Así era Sor Naranjo, sonrisa y seriedad, alegría y enfado, juego y rectitud. Todo enmarcado en el cariño de las viejas maestras, esas que en cada alumno veían una piedra por pulir. Le perdí la pista con los años pero hace dos volví a conectar con ella por Facebook, ese cajón de sastre en el que de repente te encuentras con tu pasado. Hoy toca despedirla y yo sólo sé hacerlo de una manera. Hasta siempre hermana.

 Bárbara Alonso Peri

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